miércoles, 26 de enero de 2011

Poema sobre un mediodía enamorado


 De tener que comer, comería con vos, un mediodía de cualquier estación del año. Te llevaría al bulín de la esquina, con viejos que leen el diario y comentan de fútbol mientras fuman su tabaco negro. Comeríamos y al terminar, nos desparramaríamos en las sillas a escuchar lo que viene después, que casi siempre son reflexiones afortunadas y planes llenos de infelices ilusiones.  Digeriríamos los sueños, los horarios de oficina del cual escapamos, y las corridas atolondradas de los guardias que nos persiguen por robar en sus supermercados. Después del último pucho sobremesero, haríamos un bollito con las servilletas y acomodaríamos la mugre para hacerle más liviano el laburo al pobre tipo que friega los platos. Dejaríamos una generosa propina que equivaldría a un aplauso de entrega de diplomas, y miraríamos a la moza una vez más para sonreírle con todos los dientes de nuestras dos bocas.  En la puerta nos despediríamos con la esperanza de volver a vernos, y  así, con  la ilusión de reencontrarnos en lo que queda del día, saldríamos del bulín riendo fuerte, hablando fuerte y saludando fuerte al kiosquero con olor a vino, a la señora de las flores y al pequeño peón, que construye una mansión de mil pisos espejados. Seríamos el amor en los tiempos del almuerzo, la satisfacción de andar  con el corazón bien llenito.
 

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