lunes, 14 de febrero de 2011

Los cuerpos disfuncionales


Una mañana sabré desintegrar los nudos del estómago. Dejaré los retorcijones y las manos malas, dejaré quién sabe qué elemento vital que hace cada día más corta la existencia. Dejaré seguro ese whisky de mediodía y esos cigarrillos callejeros, que se fuman entre abscesos, mientras se pedalea a ningún lado. Dejaré de imaginarme otros amantes y me daré a los brazos de una cama inmune a las náuseas, una cama con  dispensers de manos de suavidad materna, que rehabilitarán la dermis curtida de frivolidades. Una madrugada no despertaré con la necesidad de una ducha salvadora que regule la temperatura del cuerpo afiebrado. Y ya no vomitaré, nunca más, en inodoros de estaciones de servicio y clientes apurados. Nunca más, ya no vomitaré, en alfombras de taxis que gritan y en  camas con olor a sexo y pis de gato.  Dejaré de ser una boca de labial corrido y seré un adulto que mira el sócalo enmohecido de su nueva casa, y piensa con la inocencia más dulce, cómo hacer para quitar lo podrido. 

 

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