domingo, 20 de febrero de 2011

La paz que no invadimos


Cómo será tu casa,
la ruta que lleva a la puerta,
la ropa secándose en un balcón.
Luis Chaves


         Fui a la parada con una tranquilidad de domingo absoluta, sentía el espíritu humilde, reposado, como una hamaca paraguaya. El colectivo no tardó y vino casi vacío. La ventanilla mostraba un paisaje desconocido pero clásico de conurbano: casas bajas, terrenos baldíos, almacenes amplios, chicos con camisetas de fútbol, señoras con hijos y bolsas de mandados, remeras que aprietan el cuerpo con estampados brillosos y americanos. Y miraba, yo simplemente miraba, cada guiño de ese barrio, de ese barrio tu barrio, el tuyo.

         Me bajé mal, caminé demás y llegué por fin, al lugar donde dormís casi siempre. Toqué la puerta y abriste en seguida, con una sonrisa que a cualquiera  haría sentir perfecto. Me hiciste pasar y me sentí privilegiada. Esta es tu casa, pensé, qué es la vida sino tu casa. Pusiste el agua en el fuego y me mostraste por dentro cada recoveco y cada escape. En el patio tu perra tomando sol y un ciruelo.

         Mientras preparabas el mate  fui a la panadería en  busca de algo que acompañe la charla. Abriste la puerta de entrada y la calle estaba prepotentemente hermosa. Respiré más de lo normal y sonreí, sonreí, sonreí. La señora de la panadería me recomendó unas galletitas de limón, la dejé que me convenciera y las compré con la seguridad de que no había en este mundo nada más rico. Saludé al vecino y al chico que pasó en bicicleta… ¿qué tal señor vecino?, ¿qué tal  pequeño ciclista enamorado?  Todo era claro, estaba en tu casa, qué es la vida sino el lugar donde dormís casi siempre.

         Llevaste una mesita al patio y nos dedicamos a vivir, sin más pretensiones. Más tarde refrescó y nos mudamos a la cocina. Mientras cambiabas la yerba me acerqué a la mesada y sin querer nos besamos. Nos besamos hasta que se hizo de noche. Luego hablamos de trabajo y de música. Escuchamos discos y discos y no contamos prácticamente historias. Sé de vos porque te veo, porque estoy en tu casa, qué es la vida sino el lugar donde dormís casi siempre.

         Pensé que la despedida iba a ser un momento confuso, pero al contrario, dijiste que antes  ibas a hacerme un city tour por el barrio, a lo que sonreí agradecida.  Limpiaste el mate, guardaste la yerba, bajaste la llave de gas, saludaste a la perra y finalmente nos fuimos. Hicimos unas cuadras por adentro y después buscamos la avenida Vélez Sarsfield. Miramos vidrieras, cafés, analizamos las publicidades y la cartelera de cine. Hablamos de los medios de comunicación y de ciertos artistas emblemáticos. Pensamos en ciudades que no conocemos y lo que significa viajar. Atravesamos la plaza, te convidé un caramelo y nos sentamos en el cordón a fumar un cigarrillo a medias.   
         Llegó el colectivo y nos despedimos, esta vez sí estaba lleno. Miré de nuevo  cada guiño, cada secreto. Pensé: alguien trazó  un recorrido que une  mi barrio con el tuyo, ¿habrá sido a propósito? Llegué a casa y vi que era mi casa.  Pensé en la tuya y supe que tampoco había cambiado. Dejé las llaves en la mesa y sentí, en el silencio de mi cuarto, la delicadeza de saber, que hay  una paz que no invadimos.

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